martes, 18 de mayo de 2010

Prólogo: El Secreto (título del libro sin especificar)

Corría por la calle principal del pueblo, sin saber por qué, sentía algo persiguiéndome.

…No es necesario que corras…

Susurraba una voz fría y angustiosa. Sin embargo no le hacía caso. Seguí corriendo. No tarde demasiado en dejar atrás el pueblo. Seguí corriendo por el bosque, pero las faldas de mi vestido me impedían ir tan rápido como quería, era más difícil correr por el bosque que por la espantosa calle principal, a estas horas de la noche completamente vacías. Así que me subí las faldas hasta la rodilla y seguí corriendo.

…Bueno, si tanto insistes… Sigue corriendo. Te daré caza igual…

No pude soportarlo más y solté un grito de espanto. Todo esto era estúpido, ¿por qué tenía que huir? ¿Acaso había hecho algo malo? No. ¿Entonces por qué?

E hice lo más estúpido que podía hacer en ese momento, quedarme parada. Había llegado sin darme cuenta al lugar donde iba a lavar, junto al rio.

Entonces eso que me estaba siguiendo se materializo junto a mí. Un hombre encorvado y completamente vestido de negro. Sabía que era un hombre por la voz que resonaba en mi mente, porque no se le veía la cara, la llevaba tapada con una capucha.

…¡Al fin! Zoe, ya era hora… ¡Al fin te tengo! ¡Eres mía!...

- Yo… yo no soy Zoe – balbuceé.

¡Por supuesto que eres Zoe! ¡No te atrevas a contradecirme!

- Zoe… es mi ma…madre, no yo… yo soy Marie.

¡Mientes!

- ¡No! Es la verdad.

¡Estas mintiendo!

Quizá en ese momento, mi mente se quedo completamente en blanco, no sabía qué hacer… Empuje al hombre con una mano. Y seguí corriendo por la ladera de la montaña, junto al rio. Vi mi rostro reflejado, pero no era como lo fue siempre, ahora estaba con algunas arrugas. En mi frente se distinguían las arrugas aunque estaban bastante tapadas por mi flequillo, mi pelo rizado y pelirrojo se distinguía bastante bien en la oscuridad del bosque y de mi cuello colgaba un precioso colgante de plata con un rubí en el centro, parecía un sol con un ojo rojo. Entonces vi mis ojos, eran azules. Pero mis ojos no son azules, son negros. Todo esto es muy raro. Pero no tenía tiempo de pensar en por qué mis ojos habían cambiado de color repentinamente, tenía que escapar.

Seguí corriendo, una zarza me araño la pierna derecha, me abrió un profundo corte, no podía seguir corriendo, aun así no me detuve. Cojeando seguí adelante.

…No podrás seguir así mucho tiempo, Zoe… después lo siguió una espantosa y chirriante risa que me perforó la cabeza.

- ¡¡Yo no soy Zoe!! – grité, cansada de que me llamase por el nombre de mi madre.

…Claro que lo eres, ¡Refort!...

Sentí como se me cortaba la respiración durante un brevísimo instante, y un frió cuchillo me cortó la manga del vestido que llevaba, ya bastante estropeado.
Sabía que no podría aguantar mucho más, miré hacia todos los lados pero no estaba ese hombre que por alguna razón que desconocía me quería matar o como él había dicho cazar.

Me subí el atuendo para examinar el rasguño. Parecía más grave de lo que en realidad era. Metí la mano en el agua y limpié la sangre que resbalaba, cálida, por mi pierna. Rompí el bajo de mi falda y lo até alrededor de la herida. Después seguí adelante, el dolor no era un impedimento, debía escapar. Aunque no supiese por qué.

Pase juntó a un árbol que tenía clavada una daga. La cogí, como último recurso mataría aquel desgraciado.

Dime, bonita, ¿piensas entregarlo?

- ¿Qué? Espera un momento… ¿Qué debo entregar?

Oh, vamos, no me digas que no lo sabes… No me hagas reír. Tú y yo sabemos tu secreto, Zoe.

- ¡Que no soy Zoe! ¿Qué secreto?

Vamos… Yo solo quiero un poquito…

Me sentí estúpida hablando sola, pues la voz de mi misterioso cazador resonaba en mi mente.

- ¿Un poquito de qué?

De poder, por supuesto…

- ¿Poder? ¿Qué poder?

¿Me vas a decir que no sabes nada del secreto, Zoe?

Ese tipo estaba completamente chiflado, ¿Qué poder? ¿Qué secreto? ¿Por qué me llama Zoe?

Entonces recordé algo, yo tenía los ojos negros, pero mi madre los tenía azules. Y físicamente éramos exactamente iguales, exceptuando claro, la edad. Ella tenía diecinueve años más que yo. Eso podía explicar las arrugas.

Y de pronto comprendí todo. Estaba claro, el hombre siniestro y encapuchado tenía razón, yo no era Marie sino Zoe.

Pero aun así no entendí lo que quería decir con el secreto y el poder que había mencionado antes.

No me había dado cuenta de que me había parado mientras llegaba a esas conclusiones.

¿Piensas decírmelo?

- No sé de qué me hablas.

Gírate y te lo explicaré.

Estúpidamente le hice caso. Muy lentamente me fui girando, aferré la empuñadura de la daga, dispuesta a defenderme si planeaba hacer algo, tan fuertemente que sentí como se me clavaba en la piel. El hombre estaba detrás de mí, sin la capucha. Era un hombre bastante viejo, más surcado en arrugas que el rostro de mi madre que yo lucía, tenía la nariz torcida, como si alguien se la hubiese roto alguna vez, con una verruga en la punta. Una barba bastante poblada de un color negro azabache, por la que asomaban cuatro dientes amarillentos y mal colocados. El hombre me estaba apuntando con una rama de un árbol caído, y dijo con su bífida lengua:

- Di adiós, Zoe…

De la rama salió un rayo rojizo que me golpeo en el pecho.

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